En algún lugar del valle, quedo
desabrigado Juancito, tenia los ojos tristes y los pies congelados, las manos
solo le dejaban sentir el frío, y su cuerpo ya no sentía.
El desamor lo trajo hasta aquí, fue en busca de su china que
ya no estaba, solo quedaban vacas, ovejas y algunas ramas en algún árbol fortachón.
El invierno era crudo, tan crudo, como su tristísima realidad,
nunca imagino que el amor verdadero lo llevaría adonde hoy estaba y eso hizo
que perdiera fe en ello y comenzara a acostumbrarse casi de un golpe a la
soledad.
Juancito caminaba, y caminaba
casi sin saber adonde ir, sentía que los árboles que cruzaba, los había cruzado
una y otra vez y que transitaba siempre los mismos caminos, desesperado de
dolor, bronca, desilusión, amargura y valla a saber uno cuantos sentimientos
negativos mas, Juan se tiro al piso de rodillas y tomándose su rostro con ambas
manos lloró hasta quedarse sin lagrimas. En medio de ese llanto tan desgarrador,
se hizo presente una especie de duende, que mas que duende, era solo una
sombra, una sombra del tamaño de un duende, pero sin cara, sin ropa, sin nada,
solo una sombra oscura, pero que hablaba, y mientras saltaba de un lado a otro
como feliz, le preguntaba a Juan que era lo que lo tenia así, tan triste. Juan
no entendía nada, obviamente. Movía su cabeza para todos lados intentando
seguir los movimientos saltarines de este nuevo personaje, pero más allá de
eso, necesitaba saber si esto existía o solo era producto de su imaginación,
del hambre, de la sed, del cansancio. Entonces, como rindiéndose ante el,
contesto la pregunta que el duende le hizo y casi gritándole le dijo: “¿Qué te
importa?”
El duende siguió saltando y saltando, hasta que en un
momento desapareció, Juan no entendía nada, miraba para todos lados y la
criatura no estaba, casi relajado miro para abajo y suspiro, cuando de repente
un golpe en la nuca hace que se sobresalte, enseguida miro hacia atrás y lo vio
nuevamente, era el duende que había vuelto.
¿Qué haces, por que me pegas? – Preguntó Juan acariciándose
la zona golpeada ¿Qué por que te pego? ¿Eso me preguntas? Dijo el duende casi
indignado por la pregunta de Juan, estoy tratando de hacer que vuelvas a
tierra, estas en las nubes, estas haciendo cosas y estas sufriendo mucho por nada.
¿Y vos que sabes? Le pregunto Juan enojado. Yo soy un duende, y los duende no
existimos físicamente, pero detrás de cada persona, siempre hay un duende,
aunque ustedes no nos vean, nosotros aparecemos en los momentos críticos,
cuando ya la persona no puede mas, cuando ya se canso de luchar, cuando ya deja
que la muerte lo avance, cuando esta a punto de morir… ahí aparecemos nosotros.
Juan, se quedo boquiabierto, si lo que este duende le decía era cierto,
significaba que estaba a punto de morirse, entonces preguntó: ¿Y por que no
viniste hace un rato, por que esperas a que este por morirme para venir, por
que no me salvaste? Por que nosotros somos los duendes de la oscuridad, le respondió
el duende, para eso nacemos y para eso morimos, nosotros solo aparecemos cuando
nuestra persona esta a punto de morir. ¿Pero no entiendo entonces para que
vienen, a despedirnos?, pregunto Juan confundido. No, solo a despedirlos no, respondió
el duende, venimos a golpearlos en la cabeza, para que de ese modo, aprendan
cual fue el significado que tuvo su vida, para que no se vallan de esta vida
sin apreciar lo bueno que han vivido y para que no se queden con aquello que
los hizo sufrir y llorar. ¿Entones sos un duende bueno? Pregunto Juan. Y yo
cuando dije que era malo, esbozo el duende indignado. ¿Pero entonces… yo estaba
a punto de morirme de sed, de hambre, de frío, de dolor, de tristeza… y
apareciste vos? Claro… justamente, para eso aparecí yo, te das cuenta, vos te
ibas a quedar con lo último, con aquello que te hizo sufrir. Yo te pido un
favor, mira hacia el sol, aunque no puedas verlo, cerra los ojos y abrilos
despacito hasta que te acostumbre a su luz, y cuando la estés viendo, Pensá en
aquello que te hizo feliz, recordá los momentos que se vieron envueltos en
sonrisas, recorda siempre aquellos instantes en los que le diste gracias a dios
por haber nacido, recordalos, disfrutalos, volvelos a vivir, por lo menos por
un segundo, cuando estés listo, cuando ya te hallas reído por ultima vez, recién
ahí, podrás dejar de existir en este mundo.
JML
30-08-20102